Lo que sucedió este miércoles en la Cámara de Diputados es difícil de entender para quien no conoce los vericuetos del Congreso, las chicanas reglamentarias, las trampas que se hacen entre los bloques y el doble discurso con el que muchos salen por televisión diciendo una cosa y operan con todas sus fuerzas, por debajo de la mesa, en el sentido contrario. Es difícil de entender para los ciudadanos que ven el escándalo vergonzoso que el parlamento argentino les ofrece en vivo y en directo. Y es duro, triste, ofensivo, humillante, para quienes venimos hace años peleando por la igualdad de derechos y viendo como, una y otra vez, la política nos da la espalda y algunos vivos usan nuestra lucha y nuestras esperanzaspara jugar a la vieja política. Porque en el fondo no les importa.
Todos los bloques, oficialistas y opositores, habían acordado la semana pasada que este miércoles se trataría en el recinto la ley de matrimonio entre personas del mismo sexo, y existía el compromiso de una amplia mayoría, integrada por oficialistas y opositores, dispuesta a aprobar esa ley. El acuerdo alcanzado establecía que este sería el único tema a tratarse en la sesión de hoy, justamente para que no se viera empañado por la puja entre el Gobierno y la oposición por otros temas que los enfrentan.
Sin embargo, el mismo día de la sesión, por la mañana, la mezquindad de ambos empañó lo que debía ser un día de fiesta, en el que miles y miles de argentinos veríamos por fin consagrada nuestra ciudadanía y pasaríamos a ser, por primera vez, iguales en derechos y obligaciones, como promete la Constitución. La ley que debía tratarse era, quizás, para miles, la más importante de nuestras vidas, la que marcaría un antes y un después. Hoy debía ser ese día que nunca olvidaríamos.
Pero la oposición, que quería introducir la ley de coparticipació n del impuesto al cheque votada en el Senado con una mayoría que el oficialismo juzga irregular, impuso su mayoría en la reunión de labor parlamentaria para que ese proyecto fuera el primer tema del orden del día, desplazando al matrimonio entre personas del mismo sexo al segundo lugar. El mensaje a los kirchneristas era claro: "Si quieren votar la ley de matrimonio entre personas del mismo sexo, apoyamos, pero antes van a tener que dar quórum para tratar la incorporación del expediente sobre el impuesto al cheque". Vilma Ibarra pidió que el orden fuera al revés: primero matrimonio, después impuesto al cheque. Perdió. El oficialismo, al final, dijo que aceptaba y acordó que hablaría sólo un diputado por cada sector sobre el impuesto al cheque, se votaría y luego se pasaría al matrimonio entre personas del mismo sexo, en el que había un amplio consenso. Pero esa aceptación era falsa: habían dedicido no dar quórum y bajar sólo si la oposición lo conseguía sola. La respuesta era clara: "El matrimonio entre personas del mismo sexo no es nuestra prioridad; quieren ley del cheque, junten el quórum ustedes".
De esta manera, oficialistas y opositores actuaron igual. Lo que les importaba era ganar su pulseada y gays y lesbianas fuimos los rehenes que ambos usaron para extorsionar al otro.
La oposición tenía en el edificio el número de diputados necesarios para conseguir el quórum e imponer su posición sobre el impuesto al cheque, pero prefirió sentar a un número suficiente para mostrar a la televisión que estaban en el recinto, pero insuficiente para que la sesión pudiera comenzar. El mensaje: o los oficialistas bajaban o la sesión se caía. "Ustedes pagan el costo de que la ley de matrimonio no se pueda debatir hoy y nosotros volvemos la semana que viene y votamos ambas cosas, mostrando quién manda". Los oficialistas, con la misma soberbia, prefirieron no bajar.
Cuando el número de diputados se acercaba al quórum, los opositores exigieron al presidente del cuerpo que levantara la sesión, "respetando el reglamento". El mismo reglamento que una semana antes le habían exigido al mismo presidente no respetar, reclamándole que esperara algunos minutos más. Oficialistas y opositores respetan el reglamento cuando les conviene y lo violan cuando no les conviene, en eso no tienen diferencias de fondo. Mientras Vilma Ibarra preparaba su discurso, para una sesión que estaba acordada por todos y en la que se suponía que el quórum no estaría en riesgo -y en la que la presencia de su bloque, de apenas cinco legisladores, no hubiese alcanzado para el quórum si oficialistas y opositores no ponían el número necesario-, la sesión se levantó.
Minutos después de levantada la sesión a pedido de los opositores y con la complicidad de los oficialistas, unos y otros se acusaban mutuamente por televisión, desde el pasillo de la cámara. Ambos juraban que querían aprobar la ley de matrimonio y que la responsabilidad de que no se hubiese tratado era del otro. Ambos tenían razón: la responsabilidad fue de el otro, de los dos otros, de ambos. Jugaban a la politiquería barata sin que les importara el sufrimiento y la humillación pública que nos regalaban a quienes estábamos sin dormir, llenos de esperanza, en la calle, en el recinto o pegados a la televisión, esperando que se votara por fin la ley que nos devolverá la ciudadanía. Todos los diputados oficialistas y opositores que salían a esa hora por televisión echando culpas, si hubiesen entrado al recinto, podrían haber habilitado la sesión. Pero preferían discursear ante las cámaras que volver a las bancas. Fue un espectáculo lamentable y grotesco.
Como si todo esto fuera poco, varios de los que habían retaceado durante años su apoyo a la igualdad de derechos decían sin ponerse colorados que la culpa era de Vilma Ibarra, la diputada que más trabajó, junto con Silvia Augsburger, que teminó su mandato en diciembre pasado, para conseguir que la ley de la igualdad se aprobara. Canallas -el término que usó indignado Martín Sabbatella- es una palabra suave para calificarlos.
Culparla a Vilma Ibarra del fracaso de la sesión o poner en duda su compromiso con esta ley es no tener vergüenza. Y nadie se lo cree.
La ley va a salir, no tengo dudas. El consenso social es enorme. Y los partidos políticos con representació n parlamentaria han llegado demasiado lejos en sus promesas como para poder volver atrás. Volveremos a trabajar para la próxima sesión y esperamos que recapaciten. Que sea la ley de todos.
Pero todos los que hoy hablaron en nuestro nombre, todos los que se llenaron la boca hablando de nuestros derechos, tendrán que demostrar su compromiso con hechos. Los kirchneristas, dando quórum. Los opositores, dejando los otros debates para otro día. Unos y otros, votando en el mismo sentido que discursaron hoy para los noticieros.
No queremos una ley oficialista, ni una ley de la oposición. Los derechos humanos de lesbianas, gays, bisexuales y trans son lo suficientemente importantes como para quedar afuera de esas disputas mezquinas. Respetar los derechos humanos y terminar con la discriminación debe ser una política de Estado. Por eso convocamos, desde el primer día, a todos los bloques, para trabajar juntos, cuidando que nadie sacara ventaja sobre los demás, porque sabemos de los recelos de los políticos por el protagonismo.
Se han expresado a favor de esta ley personas tan distintas como Néstor Kirchner, Mauricio Macri, Hermes Binner, Gerardo Morales, Margarita Stolbizer, Pino Solanas, Martín Sabbatella, Felipe Solá, la mayoría de la Coalición Cívica, la UCR y el Frente para la Victoria, toda la centroizquierda, etc. Sabemos que contamos con aliados con convicciones de un lado y del otro.
Ahora, es hora de que todos dejen de lado su infinita necesidad de mostrar quién la tiene más grande y actúen de una buena vez como representantes del pueblo. Queremos ir a aplaudirlos cuando levanten la mano, a festejar por una ley que nos hará mejores a todos, que avanzará muchísimo en el camino hacia un país más justo. Una ley que beneficiará a miles sin perjudicar a nadie.
Pero sepan, todos, que quienes militamos hace años por esto, que empezamos a pelear bastante solos, no comemos vidrio. Tenemos claro quiénes han estado siempre comprometidos con la igualdad. Y los vamos a reconocer siempre, más allá de las zancadillas de los otros.
POR BRUNO BIMBI. Periodista.
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