Mientras las noticias, los medios, los discursos que circulan en la sociedad siguen negando la voz a las personas trans, opinando y decidiendo por ellas, se abrió la discusión sobre varios proyectos para una ley de identidad de género. Sin lugar a dudas se trata de una oportunidad ideal para que comiencen a circular las voces diversas por dentro y por fuera de los casilleros impuestos. Algunas experiencias personales, expresiones de deseos, dudas e incluso visiones críticas permiten dar cuenta de un panorama rico y complejo que no se resuelve “volviendo todo a la normalidad”. Ni sordos ruidos, ni palabras en japonés, ni un lenguaje impuesto, ni un diálogo de sordos: las huestes se preparan para la gran batalla de ser escuchadas.
Por Liliana Viola para Soy
Hablando en japonés
Se llama Kayo Satoh. Su nombre no nos dice nada. En su país, en cambio, la conocen todos. Conduce un programa de videojuegos, con lo importantes que son los videojuegos en Japón, es fanática de Street Fighter, con lo popular que es ese juego entre los jóvenes. Tiene 22 años, es top model, parece que los hombres mueren por ella... De haberla buscado en Google días atrás, sólo aparecían páginas locales, y obviamente, en japonés. Hoy se la puede encontrar en todos los idiomas y con el mismo texto: “La modelo y presentadora Kayo Satoh acaba de confesar que es hombre. Se mudó de su pueblo natal, se cambió el nombre, la contrataron en una agencia y empezó su carrera. Lo confesó en un programa de televisión, luego de que rumores se filtraran en redes sociales. Aclara que no tiene cirugías y su belleza se debe a la naturaleza y a la cosmética”. La celebridad es sensible a los fenómenos, a las estafas del siglo, a la mentira de altura mayor que lo normal, pero de patas cortas. Como fenómeno, estafa y mentira se presenta en sociedad el transcurso de una persona que ha vivido migrando para construirse. Como una liebre atrapada. Quien quiera más, puede ver en YouTube el momento en que el conductor del programa de casos raros, entre ellos, “mujeres que aparentan 20 años menos de lo que dice su DNI”, anuncia que tiene la primicia: conocida estrella que no es lo que parece. La cámara morbosa muestra primero las piernas, sube lentamente y finalmente se detiene en la cara de Kayo Satoh. Gritos de exclamación. Ella ha salido del closet con mirada nerviosa y sonrisa boba. Responde preguntas, explica, da declaraciones. Pero nadie se ha tomado el trabajo de subtitular lo que dice la modelo que, obviamente, habla en japonés. La noticia recorre el mundo con los titulares escritos por otro que ya masticó y digirió según su propio entendimiento. El resto es copiar y pegar, el eco de una historia repetida. Ya hubo una deportista, ya hubo una guerrera antigua, ya hubo. ¿Habrá dicho Kayoh Sato “en realidad soy un hombre”? ¿Habrá dicho siquiera la palabra hombre? ¿Qué habrá querido decir? Nadie la escucha. Los comentarios en la web presuponen sus deseos, una falla, abonan la figura de la pérfida “que viene con sorpresa” para burlar la candidez masculina, o la que consigue “hacerse mujer” a base de cumplir con todos los mandatos que hoy incluyen parecerse a un personaje de animé. Pero al final resulta que no cualquiera se hace mujer, que hay que nacer. Si es demasiado femenina, es una estafa. Si de lejos ni parece, es un papelón. Si es trans, tiene que decirlo y confesarlo. Si es un hombre trans, ni siquiera aparece en la nota salvo que de pronto, como Thomas Beatie, rompa el Guinness teniendo un hijo. (Ahora, si va por el tercer hijo, el escándalo por repetido se disuelve en el aire.) Todos, menos Kayo Satoh saben lo que se merece (si es que claman escarmiento) o lo que necesita (si proponen una reparación). Los comentarios, que son muchos, apoyan que haga su vida, la desafían a que se opere, se lo exigen, la consideran una mujer pero en cuerpo equivocado, imaginan cómo seguirá su carrera, etc. y etc. ¿Será ese silencio completado con palabras ajenas una de las condenas más signantes de las personas trans?
Por Liliana Viola para Soy
Hablando en japonés
Se llama Kayo Satoh. Su nombre no nos dice nada. En su país, en cambio, la conocen todos. Conduce un programa de videojuegos, con lo importantes que son los videojuegos en Japón, es fanática de Street Fighter, con lo popular que es ese juego entre los jóvenes. Tiene 22 años, es top model, parece que los hombres mueren por ella... De haberla buscado en Google días atrás, sólo aparecían páginas locales, y obviamente, en japonés. Hoy se la puede encontrar en todos los idiomas y con el mismo texto: “La modelo y presentadora Kayo Satoh acaba de confesar que es hombre. Se mudó de su pueblo natal, se cambió el nombre, la contrataron en una agencia y empezó su carrera. Lo confesó en un programa de televisión, luego de que rumores se filtraran en redes sociales. Aclara que no tiene cirugías y su belleza se debe a la naturaleza y a la cosmética”. La celebridad es sensible a los fenómenos, a las estafas del siglo, a la mentira de altura mayor que lo normal, pero de patas cortas. Como fenómeno, estafa y mentira se presenta en sociedad el transcurso de una persona que ha vivido migrando para construirse. Como una liebre atrapada. Quien quiera más, puede ver en YouTube el momento en que el conductor del programa de casos raros, entre ellos, “mujeres que aparentan 20 años menos de lo que dice su DNI”, anuncia que tiene la primicia: conocida estrella que no es lo que parece. La cámara morbosa muestra primero las piernas, sube lentamente y finalmente se detiene en la cara de Kayo Satoh. Gritos de exclamación. Ella ha salido del closet con mirada nerviosa y sonrisa boba. Responde preguntas, explica, da declaraciones. Pero nadie se ha tomado el trabajo de subtitular lo que dice la modelo que, obviamente, habla en japonés. La noticia recorre el mundo con los titulares escritos por otro que ya masticó y digirió según su propio entendimiento. El resto es copiar y pegar, el eco de una historia repetida. Ya hubo una deportista, ya hubo una guerrera antigua, ya hubo. ¿Habrá dicho Kayoh Sato “en realidad soy un hombre”? ¿Habrá dicho siquiera la palabra hombre? ¿Qué habrá querido decir? Nadie la escucha. Los comentarios en la web presuponen sus deseos, una falla, abonan la figura de la pérfida “que viene con sorpresa” para burlar la candidez masculina, o la que consigue “hacerse mujer” a base de cumplir con todos los mandatos que hoy incluyen parecerse a un personaje de animé. Pero al final resulta que no cualquiera se hace mujer, que hay que nacer. Si es demasiado femenina, es una estafa. Si de lejos ni parece, es un papelón. Si es trans, tiene que decirlo y confesarlo. Si es un hombre trans, ni siquiera aparece en la nota salvo que de pronto, como Thomas Beatie, rompa el Guinness teniendo un hijo. (Ahora, si va por el tercer hijo, el escándalo por repetido se disuelve en el aire.) Todos, menos Kayo Satoh saben lo que se merece (si es que claman escarmiento) o lo que necesita (si proponen una reparación). Los comentarios, que son muchos, apoyan que haga su vida, la desafían a que se opere, se lo exigen, la consideran una mujer pero en cuerpo equivocado, imaginan cómo seguirá su carrera, etc. y etc. ¿Será ese silencio completado con palabras ajenas una de las condenas más signantes de las personas trans?
Sorderas argentinas
Por estos días circulan, con muchas chances de llegar al Congreso, varios proyectos de ley de identidad de género. La necesidad de que la realidad jurídica coincida con la identitaria no es nueva ni es la única urgencia. Claudinna Gala Leguizamón tiene 27 años y Emilia Rodríguez 29, las dos son de Tucumán y quieren participar en esta nota por el entusiasmo que les produce ser las primeras trans en su provincia en realizar un amparo por identidad de género. Es decir, solicitar el documento de identidad con su nombre sin someterse a ninguna intervención quirúrgica ni prometer en vano que se la harán. No nacieron en un cuerpo equivocado, esa frase no les pertenece. Es una de las tantas “interpretaciones” que no coinciden con todas las realidades. No piensan las dos lo mismo acerca de hacerse una cirugía de reasignación de sexo. Las respuestas sobre este punto entre las personas entrevistadas son tan diferentes como cuando se trata de precisar qué se entiende en realidad por los casilleros que marcan Hombre y Mujer. Hasta el día de hoy las personas transgénero en nuestro país no han podido acceder a un cambio en sus documentos de identidad que respete su identidad de género. Sí y después de una penosa lucha lo han hecho algunas personas transexuales, que o pedían el acceso a la cirugía de la denominada “reasignación sexual”, o bien ya se la habían practicado, y los jueces consideraban que realizada ya pertenecían al otro sexo. Pero en ningún caso, explica la abogada Mariana Alvárez de la ONG LGBT de Tucumán, Crisálida, “se las ha reconocido como transexuales, sino que se las asimiló a las biomujeres, si se quiere, invisibilizándolas, y por regla general las sometieron a todas en mayor o en menor medida a pruebas médicas (revisaciones genitales). A Marcela Romero, la dirigente de ATTA, que es transexual, la sometieron a 10 revisaciones genitales para ver si su vagina correspondía a una vagina estándar. Fueron 10 años de proceso que finalmente salió el año pasado”.
Las historias y los deseos que cada vez más están haciéndose oír, no coinciden, no son un coro. Lo que se reitera es esa sensación de la presencia del malentendido, el silenciamiento, esto de estar hablando en japonés.
“En la facultad por ejemplo, cuando toman lista, amparándose en el hecho de que en mi DNI figura ese nombre, cuenta Emilia, me llaman de esa manera insistentemente. Me nombran más veces que a mis compañeros. Una vez estaba en Bolivia y subieron los gendarmes a pedir al DNI al micro. Obviamente la foto de mi DNI no coincide con mi apariencia actual, entonces pusieron en duda mi identificación, me hicieron bajar del colectivo, me revisó personal masculino, terminé perdiendo el colectivo, hasta que averiguaron que yo era yo, que no me estaba haciendo pasar por nadie. Yo les decía que era una mujer trans pero no entendían nada. Una sola vez conseguí trabajo presentando mi curriculum donde hay muchos datos, desde el nombre, que no coinciden conmigo. Me aceptaron. Pero cuando la señora estaba bien conmigo me llamaba como mujer; si se enojaba, me trataba como varón.
¿Qué te dio la confianza y la fuerza que se necesita para iniciar el reclamo?
–Cuando fue el caso de Tania Luna, a ella se le otorgó la identificación sin haber hecho la reasignación. Entonces pensé que yo también podía. Me presenté al Inadi de acá pero no me dieron bolilla, me dijeron que el de Tania era un caso especial... Ahí empecé a trabajar con Crisálida. Lo único que me importa es que reconozcan que soy mujer desde que tengo conocimiento.
¿Pensás que deberías operarte?
–Yo pensé mucho en operarme pero la reasignación sexual me parece bastante polémica, en cuanto al procedimiento, el tema de la sensibilidad, los riesgos, las complicaciones; es una cirugía muy importante y hoy no siento esa necesidad. Más adelante no sé, muchas chicas me contaron que todo bien, pero hay casos en que perdieron totalmente la sensibilidad, otras que terminaron con rechazos físicos muy fuertes, y yo no quiero perder mi sexualidad. Si bien no es todo, forma parte de lo que es ser humano. Hormonas estoy tomando, no seguida por ningún médico, y esto es un riesgo, pero lo puedo correr porque vengo estudiando mucho este tema: soy técnica química, me lo autocontrolo, cada cuatro meses me hago perfil renal y uno hepático. No es que yo recomiende hacer lo que yo hago, lo recomendable es que haya asesoramiento médico, pero yo he ido al médico y me negaron asesoramiento.
Si hablamos de malos entendidos o ausencia de escucha, creo que lo mío empezó, cuenta Claudinna, desde que entré a la Facultad de Danzas. Es medio paradójico que en una escuela donde la música es esencial no se escuche. Pero es así, en las clases de danza, insistían con ponerme en el rol masculino, me hacían bailar el tango como varón, con la humillación que te podés imaginar. Tuve que agachar la cabeza. ¿La opción quirúrgica? No es una opción para mí. Alguna vez sí, me gustaría hacerme las lolas. Tampoco hago tratamiento hormonal pero me gustaría, porque es algo que tiene que tener un control extremo, no hay políticas públicas de salud para personas trans, no quiero caer en ningún médico que quiera experimentar conmigo. Hasta que no esté legalizado, no lo quiero hacer. Esto es algo que seguramente tiene que completar la ley de identidad. Tiene que haber personas que se capaciten en personas trans, en Tucumán no hay nada. Hay chicas acá que tienen miedo de acercarse al hospital público porque tienen miedo al maltrato. Conozco chicas que estaban muy enfermas y se dejaron morir en su casa por no ir al hospital, porque las nombraban con su nombre del DNI.
Laura Colipe nació en Río Negro, en la ciudad de General Roca, y hace diez años que vive en la Capital. Es psicóloga y profesora de psicología, recibida en la Universidad de Buenos Aires, como muchas personas, no está muy interiorizada sobre el contenido de los proyectos en danza sobre la ley de identidad, pero a priori festeja la posibilidad de que salga.
“Yo quise iniciar el trámite para el cambio de DNI, pero mandé cartas a diferentes asociaciones y nunca tuve respuesta. Creo que es muy importante esta ley por muchas cosas. En principio, una identidad jurídica diferente de la real genera mucha paranoia, te sentís perseguida; “me van a descubrir y me van a castigar y ningunear”. Muchas veces no se es consciente, pero es un super yo muy hostil que se apodera de tu cabecita mientras te repite: “No sos una mujer, sos un hombre”. A mí me da vergüenza a veces. Me di cuenta de que tenía miedo de que me llamaran Raúl Federico delante de la gente y llega un momento que eso te corroe. Lo legal te limita, en el sentido de que alimenta los prejuicios, de ahí que una ley, como en el caso de la ley de matrimonio distiende en este sentido. Pero además está el miedo de que me puedan llegar a hacer una denuncia por alteración, por falsificar una identidad. Tuve que hacer muchos vericuetos para armar mi sello y finalmente lo armé como Colipe R. F. Por eso digo que esta ley de identidad de género puede acariciar un poquito nuestra alma.
Se diría que la Facultad de Psicología debería ser un ámbito amigable o como mínimo donde se produjera una discusión teórica sobre lo trans.
–Una vez fui a rendir un examen final. Me senté, la titular miró la libreta, me miró a mí y me dijo: “¿Pero cómo? ¿Raúl?”. Y yo le dije: Me llamo Laura, tengo una identidad diferente. Me identifico con el nombre que yo elegí. Me hizo un par de preguntas del examen y luego terminó diciendo “yo no le voy a tomar”. Me tomó la adjunta. Creo que el problema en ella empezó cuando no me reconoció en mi identidad, cuando vio que no coincidía lo que ella veía con el nombre en la libreta. Yo le agradezco muchísimo a la Universidad de Buenos Aires, pero también es cierto que aún en este marco estás en un final, hay trescientas personas esperando a que les tomen y salen a gritar tu nombre de varón, delante de todos. El día que juraba, estaban todos mis familiares y mis seres queridos. Yo quería que me llamaran Laura, le pedí a la decana y ella me dijo que no podía pasar por arriba de ningún documento y que lo iba a consultar con los abogados de la universidad. Los abogados dijeron que sí y sin embargo ella me nombró con el apellido. Es como si te estuvieran diciendo: No existe la identidad que construiste, no existís.
Y a nivel contenidos no se habla de esos temas. Se habla como casos, y siempre roza, aunque digan que no, lo problemático. Trabajás en escuelas secundarias. ¿Cómo es tu experiencia allí?
–Hice mis prácticas en un secundario de Pompeya, de clase media baja, y fue la experiencia más hermosa de mi vida. Cuando terminé me aplaudieron, me abrazaron. Ahí ves vos las diferencias entre las generaciones. Cuando me presento yo, además de mi nombre digo que soy trans. Hay una cuestión de ir de frente antes de que los alumnos se empiecen a preguntar entre ellos. Yo nunca me oculté.
Durante muchos años, y en las leyes actuales, la cirugía ha sido vista como condición de identidad.
–Es muy perverso este doble juego de que si te operás sos mujer pero no sos mujer y te damos los documentos. Es como un “castrate”. He conocido chicas que se operaron para los papeles. No me interesa operarme, a mí no me moviliza ni me genera angustia tener mi pene ni mis testículos más allá de que no funcionen. No me quiero operar porque quiero que se me respete como yo soy, ser reconocida jurídicamente como elegí ser.
Cuando pensás la ley ideal, además de lo del nombre, ¿pensás que debería haber más de dos casilleros a la hora de consignar el sexo?
–La pregunta es muy compleja. Creo que una primera respuesta sería que existieran tantos casilleros como definiciones, sin importar si permanecemos en el compartimiento binario o nos salimos de él. Tiene que ver con la singularidad de cada uno, si bien el casillero refleja cierta rigidez de los estereotipos en definitiva es una elección muy personal. Personalmente no me afecta pertenecer al casillero de mujer, y si hubiese uno para trans, tampoco vería el conflicto (aunque para muchos sería aceptar el lugar de “diferentes”).
Orgullo trans
Las historias y los deseos que cada vez más están haciéndose oír, no coinciden, no son un coro. Lo que se reitera es esa sensación de la presencia del malentendido, el silenciamiento, esto de estar hablando en japonés.
“En la facultad por ejemplo, cuando toman lista, amparándose en el hecho de que en mi DNI figura ese nombre, cuenta Emilia, me llaman de esa manera insistentemente. Me nombran más veces que a mis compañeros. Una vez estaba en Bolivia y subieron los gendarmes a pedir al DNI al micro. Obviamente la foto de mi DNI no coincide con mi apariencia actual, entonces pusieron en duda mi identificación, me hicieron bajar del colectivo, me revisó personal masculino, terminé perdiendo el colectivo, hasta que averiguaron que yo era yo, que no me estaba haciendo pasar por nadie. Yo les decía que era una mujer trans pero no entendían nada. Una sola vez conseguí trabajo presentando mi curriculum donde hay muchos datos, desde el nombre, que no coinciden conmigo. Me aceptaron. Pero cuando la señora estaba bien conmigo me llamaba como mujer; si se enojaba, me trataba como varón.
¿Qué te dio la confianza y la fuerza que se necesita para iniciar el reclamo?
–Cuando fue el caso de Tania Luna, a ella se le otorgó la identificación sin haber hecho la reasignación. Entonces pensé que yo también podía. Me presenté al Inadi de acá pero no me dieron bolilla, me dijeron que el de Tania era un caso especial... Ahí empecé a trabajar con Crisálida. Lo único que me importa es que reconozcan que soy mujer desde que tengo conocimiento.
¿Pensás que deberías operarte?
–Yo pensé mucho en operarme pero la reasignación sexual me parece bastante polémica, en cuanto al procedimiento, el tema de la sensibilidad, los riesgos, las complicaciones; es una cirugía muy importante y hoy no siento esa necesidad. Más adelante no sé, muchas chicas me contaron que todo bien, pero hay casos en que perdieron totalmente la sensibilidad, otras que terminaron con rechazos físicos muy fuertes, y yo no quiero perder mi sexualidad. Si bien no es todo, forma parte de lo que es ser humano. Hormonas estoy tomando, no seguida por ningún médico, y esto es un riesgo, pero lo puedo correr porque vengo estudiando mucho este tema: soy técnica química, me lo autocontrolo, cada cuatro meses me hago perfil renal y uno hepático. No es que yo recomiende hacer lo que yo hago, lo recomendable es que haya asesoramiento médico, pero yo he ido al médico y me negaron asesoramiento.
Si hablamos de malos entendidos o ausencia de escucha, creo que lo mío empezó, cuenta Claudinna, desde que entré a la Facultad de Danzas. Es medio paradójico que en una escuela donde la música es esencial no se escuche. Pero es así, en las clases de danza, insistían con ponerme en el rol masculino, me hacían bailar el tango como varón, con la humillación que te podés imaginar. Tuve que agachar la cabeza. ¿La opción quirúrgica? No es una opción para mí. Alguna vez sí, me gustaría hacerme las lolas. Tampoco hago tratamiento hormonal pero me gustaría, porque es algo que tiene que tener un control extremo, no hay políticas públicas de salud para personas trans, no quiero caer en ningún médico que quiera experimentar conmigo. Hasta que no esté legalizado, no lo quiero hacer. Esto es algo que seguramente tiene que completar la ley de identidad. Tiene que haber personas que se capaciten en personas trans, en Tucumán no hay nada. Hay chicas acá que tienen miedo de acercarse al hospital público porque tienen miedo al maltrato. Conozco chicas que estaban muy enfermas y se dejaron morir en su casa por no ir al hospital, porque las nombraban con su nombre del DNI.
Laura Colipe nació en Río Negro, en la ciudad de General Roca, y hace diez años que vive en la Capital. Es psicóloga y profesora de psicología, recibida en la Universidad de Buenos Aires, como muchas personas, no está muy interiorizada sobre el contenido de los proyectos en danza sobre la ley de identidad, pero a priori festeja la posibilidad de que salga.
“Yo quise iniciar el trámite para el cambio de DNI, pero mandé cartas a diferentes asociaciones y nunca tuve respuesta. Creo que es muy importante esta ley por muchas cosas. En principio, una identidad jurídica diferente de la real genera mucha paranoia, te sentís perseguida; “me van a descubrir y me van a castigar y ningunear”. Muchas veces no se es consciente, pero es un super yo muy hostil que se apodera de tu cabecita mientras te repite: “No sos una mujer, sos un hombre”. A mí me da vergüenza a veces. Me di cuenta de que tenía miedo de que me llamaran Raúl Federico delante de la gente y llega un momento que eso te corroe. Lo legal te limita, en el sentido de que alimenta los prejuicios, de ahí que una ley, como en el caso de la ley de matrimonio distiende en este sentido. Pero además está el miedo de que me puedan llegar a hacer una denuncia por alteración, por falsificar una identidad. Tuve que hacer muchos vericuetos para armar mi sello y finalmente lo armé como Colipe R. F. Por eso digo que esta ley de identidad de género puede acariciar un poquito nuestra alma.
Se diría que la Facultad de Psicología debería ser un ámbito amigable o como mínimo donde se produjera una discusión teórica sobre lo trans.
–Una vez fui a rendir un examen final. Me senté, la titular miró la libreta, me miró a mí y me dijo: “¿Pero cómo? ¿Raúl?”. Y yo le dije: Me llamo Laura, tengo una identidad diferente. Me identifico con el nombre que yo elegí. Me hizo un par de preguntas del examen y luego terminó diciendo “yo no le voy a tomar”. Me tomó la adjunta. Creo que el problema en ella empezó cuando no me reconoció en mi identidad, cuando vio que no coincidía lo que ella veía con el nombre en la libreta. Yo le agradezco muchísimo a la Universidad de Buenos Aires, pero también es cierto que aún en este marco estás en un final, hay trescientas personas esperando a que les tomen y salen a gritar tu nombre de varón, delante de todos. El día que juraba, estaban todos mis familiares y mis seres queridos. Yo quería que me llamaran Laura, le pedí a la decana y ella me dijo que no podía pasar por arriba de ningún documento y que lo iba a consultar con los abogados de la universidad. Los abogados dijeron que sí y sin embargo ella me nombró con el apellido. Es como si te estuvieran diciendo: No existe la identidad que construiste, no existís.
Y a nivel contenidos no se habla de esos temas. Se habla como casos, y siempre roza, aunque digan que no, lo problemático. Trabajás en escuelas secundarias. ¿Cómo es tu experiencia allí?
–Hice mis prácticas en un secundario de Pompeya, de clase media baja, y fue la experiencia más hermosa de mi vida. Cuando terminé me aplaudieron, me abrazaron. Ahí ves vos las diferencias entre las generaciones. Cuando me presento yo, además de mi nombre digo que soy trans. Hay una cuestión de ir de frente antes de que los alumnos se empiecen a preguntar entre ellos. Yo nunca me oculté.
Durante muchos años, y en las leyes actuales, la cirugía ha sido vista como condición de identidad.
–Es muy perverso este doble juego de que si te operás sos mujer pero no sos mujer y te damos los documentos. Es como un “castrate”. He conocido chicas que se operaron para los papeles. No me interesa operarme, a mí no me moviliza ni me genera angustia tener mi pene ni mis testículos más allá de que no funcionen. No me quiero operar porque quiero que se me respete como yo soy, ser reconocida jurídicamente como elegí ser.
Cuando pensás la ley ideal, además de lo del nombre, ¿pensás que debería haber más de dos casilleros a la hora de consignar el sexo?
–La pregunta es muy compleja. Creo que una primera respuesta sería que existieran tantos casilleros como definiciones, sin importar si permanecemos en el compartimiento binario o nos salimos de él. Tiene que ver con la singularidad de cada uno, si bien el casillero refleja cierta rigidez de los estereotipos en definitiva es una elección muy personal. Personalmente no me afecta pertenecer al casillero de mujer, y si hubiese uno para trans, tampoco vería el conflicto (aunque para muchos sería aceptar el lugar de “diferentes”).
Orgullo trans
“Hasta hace muy poco tiempo era impensable hablar de lo que estamos hablando. Personalmente, estoy orgullosa de la institucionalidad de nuestro país hoy, te diría que es la primera vez en toda mi vida que me dan ganas de usar los símbolos patrios.” Marlene Wayar, directora de El Teje, hace años que viene trabajando y armando redes de comunicación entre personas trans. A la hora de reflexionar sobre la aparición de estos proyectos de ley tiene muchas ideas, muchas cosas que agregar.
¿Tenés algunos reparos en relación con la ley de identidad de género?
–Los reparos están en relación justamente con esto de que no se escuchen las voces de las personas interesadas, que no se nos consulte, que se nos desconozca. Y cuando digo escuchar me refiero a prestar atención, no digo hacer todo lo que pidan las víctimas, porque estamos hablando de víctimas de una violencia aberrante, considero que no es válido el discurso que brota del resentimiento. Pero que se escuche sí, porque las realidades de transgéneros, travestis y transexuales, son diferentes, hay una cuestión de clase por ejemplo que cruza la linea entre identidades transexuales y travestis. Y a la hora de legislar, está bueno saber sobre quiénes se escribe la ley. Cómo no voy a estar de acuerdo con una ley que reponga una dignidad y evite violencias. Pero no nos engañemos, que con esto se solucionan los problemas. Los códigos contravencionales que siguen vigentes, la situación obligada de prostitución, la invisibilidad de los hombres trans, la ausencia de viviendas, la falta de apoyo concreto a la creación de cooperativas. Yo lo que digo es, estamos en un buen momento, parece que se abren las puertas del cielo, entonces no lo cerremos. ¿Qué es el cielo? Una cantidad infinita de posibilidades, de ahí, para abajo. Escuchémonos entre nosotrxs. Lo cierto es que más allá de algunos trabajos como Cumbia, copeteo y lágrimas que hizo Lohana Berkins, y La gesta del nombre propio, también de Lohana y Josefina Fernández, no existen trabajos sobre nuestra existencia. En el censo próximo se van a contabilizar las familias homoparentales. Excelente. ¿Por qué no preguntamos también sobre las personas trans, así podemos saber dónde y cómo estamos viviendo?
¿Concretamente qué puntos te hacen ruido?
–En principio dos puntos muy fuertes. La ley se presentaría dividida en dos partes. Primero entraría la del DNI. Y luego la que asegura tratamientos médicos, todo el cuidado sanitario que corresponde. ¿Cuánto tardará esta parte que es tan fundamental en salir después de la euforia de la primera? Yo no lo sé y me preocupa.
Por otro lado, los proyectos nos proponen entrar en el casillero de hombre o de mujer en el DNI. ¿Todas las personas queremos eso? Luego de tanta historia vivida por fuera de esos casilleros, ¿ahora queremos entrar? Sería de pronto encajar en uno de los dos casilleros famosos que han invisibilizado a otras categorías. Me parece incluso que se trata de una contradicción, que va contra contra el fundamento de la ley que pretende preservar mi identidad obligándome a que asuma otra identidad. En mi caso, la de mujer. Es decir, que me obliga a meterme en el closet de nuevo. Dice mujer y luego voy a tener que dar explicaciones de lo que soy. Deseamos el nombre elegido, pero no por eso quiero yo desprenderme de mi pasado. No reniego de mi historia.
¿Y económica y políticamente también tendría consecuencias?
–No es un hecho menor que la letra T de-saparezca del mapa. Es un remedio que termina siendo peor que la enfermedad, literalmente, ya que si las travestis no existen una vez que se estabiliza esta nueva categoría jurídica de hombre y de mujer, entonces tampoco habrá que pensar políticas públicas para ellas. ¿Para qué pensar en la salud, si no están más.
¿Cuál es la razón que se esgrime para no plantear ampliar el número de opciones?
–Una es que la sociedad no está preparada para entender. Y otra es que vamos a tener problemas cuando salgamos al exterior. Yo creo que lejos de un problema es un orgullo que se sepa que un país respeta la identidad de su gente. Y respecto de que la gente no entiende, creo que los últimos acontecimientos demuestran que era un argumento reaccionario. Creo que el mayor aporte de la ley de matrimonio fue que puso en evidencia a todo un sector que vive en el Medioevo, mostraron su ignorancia, sus garras. Pero incluso si lo mirás desde una postura bien reaccionaria, a los señores de la Iglesia les va a parecer muy bien que no nos metamos en esos casilleros que les pertenecen. No sé cómo es en otros países este punto. En Indonesia existe la categoría “Otros”, pero en fin, claro que Indonesia es el mercado de la transexualidad. Además, la normalización –ya lo sabemos por la experiencia de las personas intersex– puede llevar a que una madre y un padre, ante los primeros indicios de que tienen un chico o una chica trans en casa, intenten acudir a la cirugía para adecuarlo rápidamente.
En esta misma nota algunas personas están conformes con que se las denomine mujeres.
–Y yo no critico eso ni mucho menos. Desde el activismo, sin dudas no estamos hablando por todas y todos. Estamos planteando la reflexión. ¿Yo quiero ser mujer? En tanto mujer es esa categoría signada por la obligación de ser linda, ser madre, ser sensible, no es lo que yo elijo. Si lo trans ha sido siempre un elemento disruptor, no quiero dejar de serlo. Si esta categoría difusa hace que en las escuelas se deba enseñar educación sexual, se hable, bien venida sea. Si esta categoría hace que las otras se pregunten qué somos, qué queremos, también bien venida. Yo creo sinceramente que peor de lo que estamos, más bajo de lo que hemos estado viviendo, no podemos caer. Es tiempo entonces de sentarse tranquilas y tranquilos a pensar, a pensarnos. Y cuando hablamos de escucharnos me refiero a conseguir que se den las condiciones. Es decir, que la gente tenga acceso a situaciones dignas para poder vivir y poder pensarse.
¿Pensás que esta ley tiene la posibilidad de romper con muchos prejuicios?
–No creo que sea ésta una gran batalla cultural, sinceramente. Pensemos que los países con gobiernos más reaccionarios ya tienen leyes que permiten a las personas transexuales tener su documento, lo que no les permiten, claro, es ser mariquitas. Estoy absolutamente a favor de esta ley. Lo que creo es que tenemos que pensarla en un contexto de paz. No en el marco de una reacción desesperada y con el objetivo de que mamá nos diga “vení, volvé, te queremos, hijita”.
¿Estás trabajando en algún proyecto en este tiempo de paz?
–Con Diana Sacayán estamos presentando un proyecto de ley por el cual el Estado deba resarcir económicamnete a todas las personas en situación de prostitución que fueron víctimas de la violencia de Estado durante la dictadura y durante la democracia también. Me parece que está faltando no una ley sino muchas leyes y miradas concretas que partan de la realidad. La prostitución y su desprotección es una realidad que atraviesa a las mujeres y a las travestis. Trabajaremos ahí y seguiremos conversando.
Informe: Flor Monfort y Natalí Schejtman.
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